EL PROCESO DE LA DIGESTIÓN: clave para entender la salud digestiva desde la fisiología y la nutrición terapéutica

En los últimos años, los problemas digestivos se han convertido en una de las principales causas que veo en consulta: hinchazón, digestiones pesadas, reflujo, gases, estreñimiento, diarreas, intolerancias alimentarias o sensaciones de cansancio tras las comidas. Lo preocupante es que muchas personas viven con estos síntomas de forma crónica, sin obtener una solución real. En la mayoría de los casos, el abordaje convencional se limita a «tapar» los síntomas con fármacos que “alivian” temporalmente pero NO resuelven la causa raíz. Es como poner una tirita en una herida que necesita sutura.

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Para poder ofrecer un tratamiento real, profundo y eficaz, necesitamos volver a los fundamentos: comprender cómo funciona nuestro sistema digestivo. Porque solo cuando entendemos qué ocurre desde que un alimento entra en nuestra boca hasta que es eliminado por el cuerpo, podemos detectar dónde se produce la disfunción y cómo corregirla a través de una nutrición terapéutica y personalizada.

Por eso es clave entender a fondo cómo funciona todo el sistema digestivo para así poder hacer un buen diagnóstico. Cada parte del proceso cumple un papel específico y sigue un orden muy concreto. Es importante valorar la correcta función digestiva en orden. Si una fase no se realiza correctamente, la siguiente también se verá afectada. Es como una cadena: cuando un eslabón falla, todo el sistema se resiente. Evaluar y tratar los desequilibrios en el orden adecuado es esencial para llegar a la raíz del problema y poder resolverlo de forma eficaz.

Por otro lado, muchos pacientes tendrán síntomas orgánicos, bioquímicos e incluso musculoesqueléticos (dolores referidos, ver anterior post), provocados por alteraciones a nivel gastrointestinal.

Es muy importante determinar dónde está el problema para saber cómo solucionarlo.

Entonces… ¿cómo es el proceso digestivo?

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1. Masticación y saliva: la digestión empieza ANTES de tragar

Pocas personas son conscientes de que la digestión no comienza en el estómago, sino en la boca.

El proceso digestivo comienza en cuanto introducimos un alimento en la boca. Los dientes se encargan primero de fragmentarlo en partes más pequeñas, facilitando su posterior digestión. La masticación es un paso esencial, y no por casualidad tenemos distintos tipos de dientes: cada uno está diseñado para cumplir una función específica en esta primera fase del proceso digestivo.

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El acto de masticar además activa una serie de respuestas neurofisiológicas que preparan al cuerpo para digerir. Cuando masticamos correctamente, estimulamos la secreción de saliva, rica en enzimas digestivas como la amilasa salival, que inicia la descomposición de los hidratos de carbono.

La masticación también activa la llamada fase cefálica de la digestión, en la que el cerebro envía señales al estómago para que comience a producir ácido clorhídrico y enzimas. Esta fase es crucial porque regula todo lo que vendrá después. Si comemos deprisa, sin masticar bien o estresados, esta fase se ve afectada, comprometiendo el resto del proceso digestivo.

El estómago creará un ambiente altamente ácido, ideal para la digestión de las proteínas, pero no para los carbohidratos. Si los hidratos de carbono llegan sin una adecuada digestión previa (por ejemplo, por esta masticación deficiente), el páncreas tendrá que asumir un esfuerzo adicional para procesarlos. Además, estos carbohidratos no digeridos pueden fermentar en el tracto intestinal, provocando síntomas como gases, hinchazón, flatulencias e incluso favorecer un sobrecrecimiento bacteriano, ya que sirven de alimento para ciertas bacterias. Por ello, tragar sin masticar bien puede afectar negativamente al páncreas y, por supuesto, al resto del sistema digestivo.

Por lo tanto lo PRIMERO que debemos hacer es comer despacio, relajadamente, masticar bien todo el alimento, envolverlo totalmente en saliva y luego tragarlo.

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2. Esófago y estómago: acidez, pepsina y defensa inmunitaria

El bolo alimenticio desciende después por el esófago gracias a un movimiento muscular llamado peristaltismo y llega al estómago, donde comienza la digestión de las proteínas gracias a la acción del ácido clorhídrico (HCl) y la enzima pepsina. Este ácido es mucho más que un simple componente del jugo gástrico:

  • Ayuda a desnaturalizar las proteínas para que puedan ser digeridas.
  • Activa la pepsina a partir de su forma inactiva (pepsinógeno).
  • Sirve como barrera contra patógenos ingeridos con los alimentos.

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La hipoclorhidria (baja producción de HCl) es más común de lo que se piensa y, paradójicamente, está relacionada con reflujo y ardor, además de con malas digestiones, sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado (SIBO) y otros muchos trastornos. Muchos tratamientos para el reflujo se basan en reducir (todavía más) la acidez con inhibidores de la bomba de protones (IBPs, el famoso omeprazol y sus primos hermanos), lo que a largo plazo puede empeorar todavía más ese problema de fondo.

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Por ello es muy importante, ante una prescripción de, por ejemplo omeprazol, tengamos claro si realmente es la solución o va a ser parte del problema a corto y largo plazo.

Cuando hay síntomas de gastritis, digestiones lentas o pesadas, hinchazón, ardor o dolor abdominal, es fundamental realizar una valoración completa para identificar el origen del problema. Solo así es posible pautar una intervención nutricional que actúe sobre la causa real, en lugar de simplemente enmascarar los síntomas y, potencialmente, agravar la situación a largo plazo.

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3. Vesícula, hígado y páncreas: aliados indispensables

El alimento parcialmente digerido (quimo) pasa ahora al duodeno, la primera porción del intestino delgado. Allí, entra en juego una sinfonía de órganos que trabajan en conjunto:

  • El hígado produce bilis, un fluido esencial para la digestión de las grasas.
  • La vesícula biliar almacena y libera esa bilis en respuesta a la comida, especialmente si es rica en grasa.
  • El páncreas secreta enzimas digestivas (lipasas, amilasas, proteasas) y bicarbonato para neutralizar la acidez del quimo.

Si alguno de estos órganos no funciona bien, la digestión se compromete. Una vesícula perezosa puede también generar digestiones pesadas, náuseas o intolerancia a grasas. Un hígado saturado puede afectar el metabolismo, y un páncreas disfuncional puede derivar en malabsorción.

Por eso, no basta con basarse únicamente en las pruebas médicas que evalúan estos órganos. A menudo, los síntomas que presenta la persona aportan una información aún más valiosa. En muchos casos, no existe una alteración estructural visible, sino una disfunción funcional que no aparece en los resultados clínicos, pero que sí se manifiesta a través de la sintomatología. Por ello, una anamnesis personalizada, detallada y bien orientada es clave para detectar estos desequilibrios y abordarlos de forma adecuada.

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4. Intestino delgado: absorción y salud de la mucosa intestinal

El intestino delgado es el lugar donde se absorben la mayor parte de los nutrientes. Sus paredes están recubiertas por vellosidades y microvellosidades, que aumentan la superficie de absorción. En condiciones normales, esta mucosa es selectiva: permite el paso de nutrientes pero actúa como barrera frente a toxinas, bacterias o alimentos mal digeridos.

Cuando esta barrera se daña, aparece la permeabilidad intestinal aumentada, también conocida como «intestino permeable». Esto puede desencadenar respuestas inmunes, inflamación crónica y el desarrollo de enfermedades autoinmunes.

La microbiota intestinal, conjunto de billones de bacterias beneficiosas que habitan en nuestro intestino, también tiene un papel clave. Una disbiosis (desequilibrio en estas bacterias) puede causar gases, inflamación, intolerancias alimentarias, fatiga, problemas de piel y mucho más. El intestino no es solo un tubo de absorción: es un ecosistema vivo que comunica con el sistema nervioso, inmune y hormonal.

Igualmente es fundamental detectar y mejorar todos estos problemas relacionados con el intestino delgado: la inflamación, la permeabilidad intestinal y, por supuesto, la microbiota, que son clave para la salud, no solo digestiva, sino general.

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5. Intestino grueso: fermentación, eliminación y detoxificación

El material no digerido ni absorbido pasa al colon, donde se fermentan las fibras por parte de la microbiota, generando ácidos grasos de cadena corta como el butirato, esenciales para la salud de las células intestinales.

En el intestino grueso también se reabsorben agua y electrólitos, y se forma el bolo fecal. Si el tránsito es muy rápido (diarrea) o muy lento (estreñimiento), el cuerpo pierde eficiencia en la eliminación de toxinas, lo que puede impactar negativamente en el resto del organismo.

El colon también es un lugar de detoxificación secundaria. Una microbiota alterada puede generar metabolitos tóxicos, favorecer la inflamación o interferir con la metabolización hormonal (como los estrógenos).

Por todo ello, le damos mucha importancia al siguiente punto, las heces.

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6. La forma y el aspecto de las heces: el espejo del intestino

Aunque pueda parecer un tema tabú o escatológico, la observación de las heces es una herramienta clínica muy valiosa. El aspecto, la textura, la frecuencia, el olor e incluso el color pueden indicarnos mucho sobre el estado del sistema digestivo:

  • Heces blandas, pegajosas o flotantes: posible malabsorción de grasas.
  • Heces muy duras o en bolitas: signo de estreñimiento y lentitud intestinal.
  • Presencia de moco o sangre: inflamación o daño en la mucosa.
  • Diarrea crónica: disbiosis, infecciones o sensibilidad alimentaria.

La escala de Bristol es una herramienta muy útil para clasificar los tipos de heces. Lo ideal es una forma tipo 3 o 4: cilíndrica, suave y fácil de evacuar.

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Conclusión: COMPRENDER PARA SANAR

La digestión es un proceso biológico complejo pero maravillosamente orquestado. Cualquier alteración en sus fases puede derivar en patologías crónicas, tanto digestivas como sistémicas. Y la mayoría de estas alteraciones tienen solución si entendemos DÓNDE ESTÁ EL FALLO y aplicamos una INTERVENCIÓN NUTRICIONAL PERSONALIZADA.

No se trata de seguir una dieta genérica, ni de eliminar alimentos por intuición. Se trata de estudiar cómo está funcionando TU sistema digestivo y alimentarlo de forma inteligente y terapéutica. Solo así se puede sanar desde la raíz, no solo silenciar el síntoma.

Porque entender la fisiología es el primer paso para recuperar tu salud digestiva. Y la nutrición, bien aplicada, es una de las herramientas más poderosas que tenemos para lograrlo.

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